El Colegio Oficial de Farmacéuticos de las Islas Baleares cuenta con un laboratorio de análisis moderno y dotado de la mejor tecnología de análisis, principalmente orientado al agua de consumo, aunque sin excluir a otros ámbitos de interés sanitario. De hecho, el laboratorio colegial tiene como usuarios principales las farmacias isleñas (que de esta forma pueden, al mismo tiempo, ofrecer a los ciudadanos el servicio de análisis de aguas y otros de tipo químico y/o microbiológico), aunque también presta servicio a personas físicas, empresas de suministro de agua, gestores medioambientales…
La importancia del agua
Estamos hechos de agua y necesitamos el agua para vivir. Pero el agua que bebemos no es sólo agua: precisamente por ser un eficaz disolvente, con cada trago de agua que consumimos ingerimos todos los minerales y sustancias orgánicas que el agua ha recogido y disuelto en su recorrido desde sus orígenes hasta llegar a nuestra boca. Es, por tanto, el origen del agua y todas aquellas sustancias naturales o artificiales con las que ha entrado en contacto lo que determina la composición de las diferentes clases de agua que podemos consumir.
En las Islas Baleares, la principal reserva de agua destinada al consumo está en los acuíferos subterráneos. Esto es consecuencia directa de la naturaleza geológica de nuestras islas, formadas (excepto la mitad norte de la isla de Menorca) por materiales muy ricos en carbonato cálcico y que, debido a su gran solubilidad, facilitan la formación de cavidades subterráneas por dónde circula y se acumula el agua. En este contexto es bueno entender que estas aguas sean ricas en los dos componentes naturales mayoritarios que disuelven: el calcio y la forma soluble de los carbonatos que son los bicarbonatos. El calcio y el magnesio (que es minoritario en nuestras rocas calizas y, por tanto, también en el agua) da al agua la propiedad denominada dureza; los carbonatos y bicarbonatos hacen que las aguas sean alcalinas.
Antes de filtrarse a través de los terrenos calcáreos y convertirse en agua más o menos dura, rica en calcio y alcalina, esta agua, como todos sabemos, debe caer de las nubes en forma de lluvia. Y el agua de lluvia también se ha consumido tradicionalmente en nuestras islas después de captarla y almacenarla en cisternas y aljibes. Las características del agua de lluvia son totalmente distintas: proveniente de la evaporación (principalmente del mar) el contenido en minerales, como son el calcio, el magnesio o los bicarbonatos, es muy bajo; por el contrario, es un agua rica en dióxido de carbono (presente en el aire) que le aporta un carácter ligeramente ácido.
Aguas subterráneas y de lluvia son, por tanto, las principales clases de agua de origen natural de las que disponemos para beber en nuestras islas. Las aguas envasadas que se captan de fuentes de nuestra geografía no son muy distintas en composición, en lo que se refiere al carácter cálcico y alcalino, de las aguas subterráneas. Mientras que en la península es muy frecuente abastecerse de agua superficial (ríos, lagos, embalses) aquí sólo tenemos algunas reservas minoritarias como son, en Mallorca, los embalses de Cúber y Gorg Blau.
Principales problemas y soluciones
El problema de nuestras aguas subterráneas, si hablamos de efectos sobre la salud, no es el calcio y la dureza, como erróneamente suele considerarse. Los problemas son principalmente dos: la salinización y la presencia de nitratos.
El problema del exceso de sal
La salinización de los acuíferos se produce en las zonas costeras por el fenómeno denominado intrusión marina, es decir, la penetración de agua salada proveniente del mar como consecuencia de la sobreexplotación del acuífero. Dado que el cloruro sódico es la sal mayoritaria de la sal marina (que contiene también sulfatos, magnesio y calcio además de muchos otros componentes minoritarios), se utiliza el nivel de cloruro como indicador de salinización. La normativa sanitaria actual fija una concentración de 250 mg/l de cloruros (1 mg es una milésima de gramo) como límite a partir del cual el agua puede empezar a considerarse salinizada. Otro indicador analítico muy útil para valorar la salinidad es la conductividad eléctrica: cuantas más sales disueltas más elevada es la conductividad. El valor de conductividad regulado legalmente como límite a partir del cual el agua no es apta para el consumo es de 4000 µS/cm a 20 ºC (como la temperatura influye en la conductividad, debe especificarse) y a partir de 2500 µS/cm a 20 ºC el agua ya comienza a estar salinizada y requiere tratamiento corrector. Desgraciadamente, muchas aguas extraídas de pozos del litoral de cualquiera de las Islas Baleares, superan estos valores, tanto de cloruros como de conductividad.
Las repercusiones sobre la salud de un exceso de sal están relacionadas principalmente con los efectos perjudiciales del sodio. Mientras que los cloruros casi sólo contribuyen negativamente aportando sabor salado, el sodio, que siempre acompaña a los cloruros al agua marina o en el agua salinizada, puede provocar hipertensión y, además, favorece la formación de cálculos renales al incrementar la eliminación de calcio por los riñones. Indirectamente, la salinidad, especialmente por la contribución de los cloruros y los sulfatos, contribuye al carácter corrosivo del agua y puede provocar otro problema sanitario: la disolución de metales potencialmente tóxicos de las tuberías (especialmente grave en instalaciones antiguas que puedan contener plomo).
La solución en exceso de sal
La solución al problema del exceso de sal es, lógicamente, la desalinización. El sistema más ampliamente utilizado, tanto a gran escala en plantas desaladoras como a nivel doméstico, es la ósmosis inversa (acompañada o no de otras técnicas como de electrodiálisis). Los inconvenientes técnicos de la desalinización son el consumo de energía y el bajo rendimiento: sólo una pequeña parte del agua tratada se obtiene como agua desalinizada; el resto (generalmente, más del 50%) es el agua concentrada en sal que debe eliminarse como residuo. Normalmente, para evitar la obturación de las membranas de ósmosis inversa se requiere un tratamiento previo de descalcificación. Los problemas sanitarios de la desalinización derivan, precisamente, del déficit de minerales que contiene un agua excesivamente desalinizada: para que el agua sea apta para el consumo debe tener una dureza mínima (fijada por la normativa sanitaria en 55 mg/l de CaCO3) y, a modo orientativo, no es recomendable que tenga una conductividad menor de 140-150 µS/cm.
El problema de los nitratos
La presencia excesiva de nitratos en las aguas es consecuencia de la actividad humana: principalmente por la aplicación en el suelo de fertilizantes nitrogenados (que contienen nitrato u otras formas de nitrógeno) y por la materia orgánica nitrogenada proveniente de las heces del rebaño. Son los microorganismos de los suelos los encargados de transformar todas las formas de nitrógeno en nitratos.
Los nitratos (NO3-) no son tóxicos en sí mismos; su peligrosidad deriva de la conversión en nitritos (NO2-) en el cuerpo, por acción también de los microorganismos, una vez los hemos ingerido. Y el peligro de los nitritos es resultado de dos efectos principales: dificultan el transporte de oxígeno por la sangre (alteración denominada metahemoglobinemia y provocada por la oxidación del hierro de la hemoglobina) y pueden formar unas sustancias cancerígenas denominadas nitrosaminas. La metahemoglobinemia sólo afecta de forma preocupante a los bebés durante sus primeros meses de vida debido a que en estas edades la transformación de los nitratos en nitritos es mayor y, además, la hemoglobina fetal, que todavía circula, es más sensible al efecto de los nitritos. También personas adultas con baja acidez estomacal podrían producir más nitritos y, por tanto, tener más riesgo de sufrir los efectos tóxicos agudos (a corto plazo) de los nitritos. El efecto cancerígeno de las nitrosaminas puede manifestarse en cualquier persona que de forma crónica (durante años) consuma, con el agua o con los alimentos, un exceso de nitratos o nitritos. Sin embargo, la normativa sanitaria del agua de consumo ha fijado un límite máximo admisible para los nitratos de 50 mg/l y para los nitritos de 0,5 mg/l (o 0,1 mg/l después de tratamiento).
La solución en exceso de nitratos
Los nitratos pueden eliminarse del agua, a nivel doméstico, básicamente por dos sistemas: ósmosis inversa e intercambio iónico. La ósmosis inversa, tal y como se ha comentado, no es selectiva; elimina todas las sustancias disueltas y, por tanto, si los nitratos son el único parámetro que está en exceso, es recomendable recurrir a un sistema más selectivo como es el intercambio iónico. Este sistema se basa en hacer pasar el agua a través de un material (la denominada resina de intercambio iónico) que está saturado de un componente salino (como los cloruros, por ejemplo) que se intercambia por los nitratos del agua. El resultado es que la resina de intercambio iónico se carga de nitratos y el agua se carga del anión (el cloruro normalmente) que contenía la resina. Si el agua ya tuviera un exceso de cloruros y sales en general, la ósmosis inversa podría ser la solución siempre y cuando se consiguiera una correcta regulación para no desmineralizar excesivamente.
El Cloro y el problema de sus subproductos
El cloro del agua no es un problema, es una solución: es la forma más eficaz de asegurar la ausencia de microorganismos perjudiciales en el agua. El problema puede surgir cuando el cloro se combina con la materia orgánica del agua y forma sustancias que, algunas de ellas, pueden provocar simplemente gustos y olores desagradables y otras, más preocupantes, pueden ser cancerígenas. Entre estas últimas se encuentran los denominados trihalometanos y los ácidos haloacéticos. Cabe decir que las aguas subterráneas suelen contener muy poca materia orgánica y, por tanto, el riesgo de formación de estos subproductos es mucho menor que cuando se cloran aguas superficiales, con mucha más materia orgánica. Cuando se clora el agua de una cisterna también se pueden formar subproductos organoclorados en función de la menor o mayor cantidad de materia orgánica que tenga el agua o el sedimento de la cisterna, sin embargo, al igual que el cloro, estos productos son volátiles y en unos días pueden haber desaparecido totalmente. La normativa sanitaria fija un límite admisible para los trihalometanos de 100 µg/l (1 µg es una milésima de miligramo) y de 60 µg/l para los ácidos haloacéticos.
Si no se sobrepasan los límites admisibles (la empresa suministradora debe garantizarlo y en caso de sobrepasarse estos límites debería interrumpir el suministro) no es necesario realizar ningún tratamiento. Si el problema es el gusto o el olor que el cloro o cualquiera de sus subproductos puede provocar, la solución es filtrar el agua a través de un filtro de carbón activo (disponibles comercialmente en distintos formatos). Este material, el carbón activo, tiene una gran capacidad de retención de cloro y de muchas sustancias orgánicas, entre ellas, los subproductos de la cloración pero también otras muchas sustancias contaminantes como plaguicidas o hidrocarburos. Por el contrario, ni los nitratos ni las sales ni los metales pesados se eliminan de forma eficiente con carbón activo.
Errores contraproducentes para la salud
Existen una serie de errores, cometidos generalmente por una conjunción de desconocimiento por parte del usuario y una presión comercial (por parte de los vendedores de tratamientos) a veces poco escrupulosa, que convendría evitar, principalmente porque tienen repercusiones negativas sobre la salud, además de suponer gastos totalmente innecesarios.
Descalcificar cuando no hace falta
El calcio y la dureza no representan ningún problema para la salud. Por el contrario, algunos estudios indican que las aguas duras (ricas en calcio y magnesio) tienen efectos beneficiosos sobre la salud cardiovascular. Por lo que respecta a la salud renal, no se puede establecer una relación directa entre ingesta de calcio y la formación de cálculos renales. En primer lugar debe tenerse en cuenta que no todos los cálculos renales contienen calcio y, en segundo lugar, que en la formación de los cálculos con calcio influyen otros muchos factores metabólicos y nutricionales. El calcio del agua, por ejemplo, puede impedir la absorción intestinal de oxalato, disminuyendo así el riesgo de formación de cálculos de oxalato cálcico, uno de los más frecuentes. Y, por supuesto, el calcio que ingerimos con el agua contribuye positivamente a una correcta calcificación de los huesos. Por estos motivos, la normativa sanitaria no establece límite admisible de calcio, magnesio o dureza para las aguas de consumo.
Sólo para evitar calcificaciones (depósitos e incrustaciones de carbonato cálcico, vulgarmente llamados “cal”) de instalaciones y electrodomésticos tiene sentido descalcificar las aguas. Hay que considerar, además, que en el proceso de descalcificación (a través de resinas de intercambio iónico) se intercambia el calcio, beneficioso para la salud, por sodio, perjudicial para la salud. El balance no puede ser peor.
Desalinizar cuando no hace falta
Las aguas desalinizadas son, por definición, pobres en sales y minerales y, por tanto, no son saludables. Cuando hace realmente falta aplicar un tratamiento de desalinización, es decir, cuando el agua tiene un exceso de sales, debería conseguirse no bajar de los niveles mínimos recomendables de sales totales (aproximadamente 100 mg/l), sobre todo para asegurar unos mínimos de los componentes más saludables como el calcio y el magnesio. De ahí que la normativa sanitaria exige que las aguas osmotizadas tengan una dureza mínima de 55 mg/l de CaCO3.
Información y criterio técnico-sanitario ante todo
Es de sentido común no aplicar soluciones a problemas inexistentes o aplicar bien las soluciones, cuando es necesario, para no crear problemas mayores. Antes de aplicar ningún tratamiento a un agua es imprescindible conocer las características del agua y determinar cuáles suponen un problema. Y quien vende los sistemas de tratamiento no suele ser el agente más indicado para asesorarle sobre los problemas del agua y sus soluciones. La vía razonable y segura, debería ser acudir, ante todo, a la información disponible referente a la composición del agua y pedir consejo a un profesional sanitario que pueda valorar la conveniencia o no de realizar ninguna clase de tratamiento.
Cabe recordar que todas las empresas de suministro de agua de consumo público tienen la obligación de poner a disposición de los consumidores los resultados analíticos de las aguas que suministran y que estos resultados se pueden consultar en la web SINAC (Sistema de Información Nacional de Aguas de Consumo) del Ministerio de Sanidad. Cuando el agua tiene un problema, no sólo debe comunicarse públicamente sino que la empresa responsable (y en último término el municipio) debe aplicar los tratamientos correctores. No es el consumidor quien debe gastarse el dinero en potabilizar un agua que ya paga como agua potable.
Quien consuma agua que no ha pasado por los controles obligatorios de las aguas de consumo público o de las aguas envasadas, como por ejemplo, aguas recogidas de lluvia en una cisterna o aljibe, aguas de y pozos particulares, etc. debe seguir la misma lógica antes de plantear ningún tratamiento o purificación: conocer las características químicas y microbiológicas del agua (mediante análisis) y actuar según el criterio sanitario de un profesional cualificado. Y siempre, ignorar a vendedores de purificaciones maravillosas, pero a menudo innecesarias y contraproducentes, y huir de prejuicios sin fundamento.
Para más información puede consultar la sección del laboratorio de la página web www.cofib.es o llamar al 971 22 88 88.